Compartimos la nota de Miguel Benasayag y Ariel Pennisi (Colectivo A Pesar de Todo) parecida en perfil.com
Pese a que parezca lo contrario, Javier Milei es la imagen de una época sin un gramo de desvío o disrupción. Hasta su delirio constante es comparable a las combinaciones algorítmicas que producen resultados tan preciosos como aberrantes. Más allá de sus propias destrezas, es un producto de los dispositivos comunicacionales y virtuales. Y la identificación de parte de la población con sus morisquetas tiene que ver con su simplificación permanente de la realidad.
Se acabó la época de los grandes hombres, porque se acabó la época del Hombre. De hecho, la política contemporánea, como la tecnociencia de hoy, incluso las técnicas y terapias que inundan de soluciones los problemas “individuales”, no tienen en su centro al ser humano. En ese sentido, Milei no solo no tiene nada de disruptivo, sino que encaja perfectamente con nuestra época, siempre barnizada con el sesgo de la coyuntura. Por ejemplo, en Francia el personaje es Macron. El análisis ideológico pierde de vista el necesario materialismo (la comprensión de los procesos materiales) cuando parangona la figura de Milei a la de Marine Le Pen, ya que los dispositivos contemporáneos requieren personajes plegados casi sin resto al utilitarismo extremo, al cálculo de todo lo que existe y, claro, en cada lugar el producto puede mantener las características de un mercado específico. Grotesco y fanfarrón para la Argentina que nos toca, aparentemente educado y diplomático para la Francia de nariz puntiaguda. Milei en Argentina, como Macron en Francia, son, a su manera, el hombre sin atributos de la novela de Robert Musil, son la imagen de la época sin un gramo de desvío o disrupción.
¿Hacía falta un presidente como Alberto Fernández, calamidad que le debemos al supuesto “realismo político” de Cristina Fernández y una militancia entrenada en la rosca política, para advertir la devaluación del sillón presidencial? Ciertos medios de comunicación y personajes que tienen alguna notoriedad pública consideran a Javier Milei un “outsider”, un político disruptivo, un animal singular que, en “base a su desenfado, logró empatizar con el hartazgo de la gente”, el enojo con la clase política que oficia como chivo expiatorio.
Pero no es así, Milei, lejos de aparecer disruptivo en la coyuntura argentina y en el escenario global, es el adaptado por excelencia, finalmente, una combinación algorítmica en un mundo que marcha a la digitalización de la experiencia. Incluso su delirio constante es comparable con las combinaciones algorítmicas que no dejan de producir resultados tan precisos como aberrantes. Es comprensible que se asocie la exactitud a lo infalible, sin embargo, los errores existen por miles en las combinatorias exactas (como demuestran estudiosos de Big Data). La obsesión de Milei con los números, su apología del déficit cero y la eficiencia como visión del mundo (antes que como una cuestión práctica) forman parte de un chifle pasional que se le escapa por todos lados. A mayor precisión cuantitativa, más grande el punto ciego.